Texto de José Luis González Peralbo
Si no fuera por una escueta mención, a
modo de anécdota, relacionada con la vida del “arcipreste viejo” don Rafael
Rodríguez Blanco, por otra parte mil veces repetida, la figura de este
personaje relacionado con Pozoblanco y llamado Luis Escribano Morales sería
totalmente desconocida para los pozoalbenses. Para mayor afrenta, la citada
anécdota no le hace justicia alguna.
Para empezar, don Luis Escribano Morales
no era natural de Pozoblanco, como los pocos que han oído hablar de él suponen
o dan por cierto debido a la familiaridad de los citados apellidos en esta
localidad.
Había nacido en Bujalance el 23 de
enero de 1832 y fue bautizado dos días después en la iglesia parroquial de la Asunción. Le impusieron los
nombres de Luis María Ildefonso de la Santísima Trinidad.
Fue hijo de don Melchor Escribano
Chicote, natural del pueblecito soriano de Molinos de Duero, y de doña Josefa
Morales de Torres, de Bujalance. Los abuelos paternos también eran sorianos,
mientras los maternos habían visto la luz en Astorga y en Bujalance.
Tras cursar los primeros estadios
educativos en la localidad natal, Luis inició una vocación sacerdotal que lo
llevó al seminario de San Pelagio en la capital cordobesa donde prosiguió la
carrera eclesiástica hasta un grado muy avanzado aunque finalmente renunció a
ella, no sin antes haber aprobado los cuatro primeros cursos universitarios de
Teología, estudios que prosiguió hasta su conclusión en la Universidad de
Sevilla. Para entonces ya había quedado huérfano de padre.
Luis simultaneaba la obligación del
estudio con una gran afición y dotes para la literatura, destacando como poeta,
escritor y ensayista. De 1859 data la publicación de un estudio titulado “Breve
reseña biográfica del célebre pintor D. Acisclo Antonio Palomino y Velasco” que
recibió grandes elogios y movió al ayuntamiento de Bujalance a dedicar una
calle de la localidad al afamado artista, igualmente nacido en la citada
población.
En el mismo año de 1859 Luis Escribano
se doctoró en Teología por la Universidad
Central de Madrid tras pronunciar el discurso magistral
titulado “La Antropología ,
la Etnografía
y las tradiciones demuestran acordes con la fe la unidad del linaje humano”. En
ese mismo año Luis adquiere el olivar de “Santa Casilda”, en plena sierra, que
incluía molina de aceite y otras varias edificaciones, hoy regentado por uno de
sus biznietos: Jesús Fernández de Castro, casado con Tránsito Habas Sánchez.
Inmediatamente después, en 1860,
consiguió el puesto de catedrático de Teología en la Universidad hispalense,
convirtiéndose en profesor de la misma.
Las inquietudes literarias que atesora
le llevan a fundar la revista de ciencias y literatura denominada “Minerva” en
compañía de Cipriano Garijo Aljama y de Antonio García Ceballos, en la que
colaboraron muchos conocidos escritores y cuyo primer número vio la luz en
febrero de 1861.
Trabaja luego para el marqués de
Villaseca y de Viana pero su ambición intelectual le conduce a tierras
asturianas para cursar estudios de Derecho, carrera en la que obtiene la
licenciatura en Derecho Civil y Derecho Canónico y también el doctorado.
Ocupa la cátedra en la Universidad de Oviedo
y colabora con distintos medios de comunicación cordobeses que recogen en sus
páginas poesías y crónicas de viajes como la relativa a la visita que hace a
Covadonga, publicada por entregas en el Diario de Córdoba en el mes de agosto
de 1864.
Su afán de formación intelectual no
tiene límite y decide cursar la carrera de Letras en Madrid, en la que también
consigue la licenciatura.
Abogado y jurisconsulto de prestigio,
simultanea las obligaciones profesionales con periodos de descanso en su tierra
natal.
En uno de esos periodos de descanso
decide visitar los afamados baños del balneario de Fuencaliente y allí conocerá
a la que se convertirá en su esposa, la pozoalbense doña Francisca Juana Casilda
Tirado Herrero, bastante más joven que él pues había nacido hacia 1847.
Casilda era hija de don Joaquín
Leonardo Tirado Villarreal (nacido en Pozoblanco en 1816), médico titular de
Pozoblanco, y de doña María Josefa Águeda de Luna Úrsula Herrero Herrero
(nacida en Pozoblanco en 1820), matrimonio contraído en 1846 y con domicilio en
la calle de la Iglesia
nº 17.
Durante los siguientes años, el matrimonio
integrado por Luis y Casilda procreará seis hijos: un varón llamado Ismael y
cinco hembras que recibirán los nombres de Elena, Orosia, Úrsula, Áurea Mª
Wistremunda y Luisa Vicenta. Pese a que el matrimonio tenía como principal
residencia para entonces la villa de Pozoblanco, algunos de los hijos vinieron
al mundo en Pedroche, localidad donde la esposa contaba con diversos parientes.
En Sevilla nació Úrsula.
Alguna referencia afirma como anécdota
-y de una forma claramente forzada- que los hijos recibieron sus nombres
siguiendo el orden alfabético de las distintas vocales, pero se trata de una
aseveración a mi parecer errónea porque fueron seis hijos y sólo contamos con
cinco vocales; además Áurea Mª Wistremunda, cuyo nombre supuestamente habría
correspondido a la primera hija, fue en realidad la quinta en el orden
sucesorio y nació y falleció en 1874; y la última de las hijas, Luisa Vicenta,
difícilmente encaja en esa supuesta relación de nombres que comienzan con
vocal.
En diciembre de 1867, Luis Escribano
Morales es nombrado juez de su ciudad natal, Bujalance.
En abril de 1874 Luis aparece en un
listado de benefactores de heridos del ejército, contribuyendo con una donación
de ropas de distinta clase y 60 reales en metálico.
Tras la proclama de Sagunto y la
restauración de los Borbones, Luis Escribano es designado alcalde de Pozoblanco
al comenzar el año de 1875 sustituyendo en el cargo a Antonio Cabrera López,
que había ocupado el sillón municipal de forma efímera.
Durante el breve mandato que le tocó
presidir la villa (desempeñó la alcaldía de enero a diciembre de 1875, siendo
sustituido por Francisco García Rico) Luis protagonizó dos hechos que han
pasado a la historia de Pozoblanco.
El primero está relacionado con la
devoción de Pozoblanco y Villanueva de Córdoba a Nuestra Señora de Luna. El 12
de octubre de 1875, Luis presidió el acto en el que en una concentración de
miles de jarotes y tarugos en el santuario de la Jara se impuso a la Virgen una joya consistente
en las llaves de oro que representan a los ayuntamientos y vecinos de ambas
localidades.
El segundo tiene que ver precisamente
con la anécdota anotada al comienzo de este artículo que ha servido para
desvirtuar, de forma indebida, la figura de este eminente personaje: la torre y
el cuerpo antiguo de la iglesia parroquial de Santa Catalina (todo el edificio
salvo el crucero y ábside levantados entre finales del XVIII y principios del
XIX) se derrumbaron en los años cuarenta del XIX y las obras de reconstrucción
del templo, hasta su finalización tal como lo vemos hoy, se prolongaron durante
más de seis décadas. En ese tiempo se sucedieron numerosas autoridades, tanto
civiles como eclesiásticas, pero las obras avanzaban con una lentitud
exasperante y con frecuentes detenciones debido a la falta de dinero.
A Luis le tocó presidir el
ayuntamiento en uno de esos periodos de inactividad constructiva y al
arcipreste, quizá esperanzado en el cambio político producido por entonces en
España –había caído la Primera República
y regresado el régimen monárquico con Alfonso XII cuya madre, Isabel II, se
había erigido en la patrocinadora económica de la reedificación de la
parroquia- no se le ocurrió llamar la atención de otro modo que afeando al
recién aterrizado alcalde espetándole que si él (el sacerdote) tuviera los
olivos que el Escribano tenía, la obra de la iglesia estaría más que acabada.
La acusación era, como mínimo,
imprudente y desproporcionada. El olivar le había supuesto a Luis un desembolso
considerable; él era un recién asentado en la localidad y acababa de acceder a
la alcaldía por designación superior, no por voluntad propia, en un momento de
gran agobio económico para el municipio; sus posibilidades de maniobra en la
cuestión eran a nivel oficial bastante limitadas; tenía varios hijos y herederos
menores de diez años de los que cuidar, acababa de enterrar a una hija recién
nacida y venía de camino una boca más; la riqueza familiar de Luis era similar
a la de la familia del arcipreste y, además, la enormidad de la obra era tan
evidente que ni el propio sacerdote pudo verla concluida pese a que estuvo al
frente de la parroquia durante tres décadas más.
Es más, Luis encabezó la solicitud al
gobierno central de autorización para la venta de la mitad de la única dehesa
boyal de propiedad municipal para, con el dinero obtenido, poder levantar lo
que faltaba del templo y construir algunos locales escolares de los que tan
necesitada estaba la población.
Pero bastó una desafortunada y poco
cristiana salida de tono por parte del presbítero para dejar a la posterioridad
una imagen negativa y deformada del personaje aquí reseñado.
Al poco de dejar la alcaldía, Luis
falleció de forma repentina a las once y media de la mañana del 3 de octubre de
1876, de angina de pecho, en su domicilio sito en calle Arévalos nº 12 (en la
actual calle Feria, en la casa que hace esquina con la calle del Tinte y hoy
ocupa el bar de Matías “el Reverendo”). Dejaba cuatro criaturas huérfanas (la
más pequeña, Luisa Vicenta, había nacido sólo unas semanas antes y en la
partida de defunción del padre no la tienen en cuenta al anotar los hijos que
quedan). Su muerte fue tan inesperada que no le dio tiempo a realizar
testamento.
Como curiosidad señalaré que los
familiares-descendientes actuales piensan que Luis falleció en Sevilla en 1878,
pero la partida de defunción consta en el Registro Civil de Pozoblanco con el
número 1925, folio 160, y la fecha exacta de su fallecimiento es la
anteriormente mencionada.
Su esposa vivió todavía muchos años.
Falleció en Pozoblanco en abril de 1913.
De los hijos de Luis y Casilda podemos
apuntar lo siguiente:
El único varón, Ismael Escribano
Tirado, nació en 1870 y casó en 1901 con Elvira Moreno Rubio; residían en la
actual calle Feria y no tuvieron descendencia. Gran viajero y gran jugador. Primer
hermano mayor de la cofradía de la
Soledad pozoalbense. Fue una víctima más de la nefasta última
guerra civil.
Orosia Escribano Tirado matrimonió en
1891 con Miguel Moreno Campos. En 1917 estaba viuda y residía en Pedroche.
Elena Escribano Tirado, nacida en Pedroche,
casó en 1902 en Pozoblanco con Jesús Fernández Aparicio y fueron padres del
maestro don Jesús Fernández Escribano, del ilustre pozoalbense don José Fernández
Escribano, y de Carmen y Concepción, los tres últimos solteros.
Luisa Vicenta Escribano Tirado, nacida
en Pozoblanco en 1876, contrajo matrimonio en 1904 con Andrés Montero Peralbo,
de orígenes noriegos.
Úrsula, que nació en Sevilla en 1873, falleció
posiblemente inmediatamente después de nacer.
Y Áurea María Escribano Tirado, que
vino al mundo en Pozoblanco en 1874, falleció igualmente al poco de nacer.
En Pozoblanco nunca hemos reconocido
la figura de este personaje llamado Luis Escribano y Morales. En realidad
habría que decir que ni tan siquiera lo hemos llegado a conocer.
En cambio, su pueblo natal de
Bujalance sí ha sabido premiar sus méritos y talento y ya en el lejano año de
1921, tal como recoge el cronista oficial don Manuel Martínez Mejías, el
ayuntamiento decidió homenajearle y dedicarle una calle en razón de “ser uno de
los hombres más preclaros que dio el siglo diez y nueve el pueblo de Bujalance…
se grabe su esclarecido nombre, como medio de honrar su memoria y de hacerla
imperecedera… y que este acuerdo se comunique a la familia del sabio fallecido
y se haga público…”
El nombre de “Luis Escribano”
sustituyó al de “Mesones” que portaba hasta entonces una de las principales
calles de la ciudad. Su hijo Ismael se desplazó a Bujalance para expresar el
agradecimiento familiar a las autoridades de la ciudad.
Hoy la estirpe de don Luis Escribano
Morales perdura en Pozoblanco a través de biznietos y tataranietos aunque el
apellido Escribano de este linaje se ha perdido al haberse transmitido
solamente por la rama materna.
Nota: las fotos proceden de la familia
de Rubén Moreno, del árbol genealógico de su bisnieto Rafael Cabrera y del
autor del artículo.