martes, 14 de agosto de 2012

UN ALCALDE OLVIDADO: LUIS ESCRIBANO MORALES


Texto de José Luis González Peralbo


Si no fuera por una escueta mención, a modo de anécdota, relacionada con la vida del “arcipreste viejo” don Rafael Rodríguez Blanco, por otra parte mil veces repetida, la figura de este personaje relacionado con Pozoblanco y llamado Luis Escribano Morales sería totalmente desconocida para los pozoalbenses. Para mayor afrenta, la citada anécdota no le hace justicia alguna.


Para empezar, don Luis Escribano Morales no era natural de Pozoblanco, como los pocos que han oído hablar de él suponen o dan por cierto debido a la familiaridad de los citados apellidos en esta localidad.
Había nacido en Bujalance el 23 de enero de 1832 y fue bautizado dos días después en la iglesia parroquial de la Asunción. Le impusieron los nombres de Luis María Ildefonso de la Santísima Trinidad.
Fue hijo de don Melchor Escribano Chicote, natural del pueblecito soriano de Molinos de Duero, y de doña Josefa Morales de Torres, de Bujalance. Los abuelos paternos también eran sorianos, mientras los maternos habían visto la luz en Astorga y en Bujalance.
Tras cursar los primeros estadios educativos en la localidad natal, Luis inició una vocación sacerdotal que lo llevó al seminario de San Pelagio en la capital cordobesa donde prosiguió la carrera eclesiástica hasta un grado muy avanzado aunque finalmente renunció a ella, no sin antes haber aprobado los cuatro primeros cursos universitarios de Teología, estudios que prosiguió hasta su conclusión en la Universidad de Sevilla. Para entonces ya había quedado huérfano de padre.
Luis simultaneaba la obligación del estudio con una gran afición y dotes para la literatura, destacando como poeta, escritor y ensayista. De 1859 data la publicación de un estudio titulado “Breve reseña biográfica del célebre pintor D. Acisclo Antonio Palomino y Velasco” que recibió grandes elogios y movió al ayuntamiento de Bujalance a dedicar una calle de la localidad al afamado artista, igualmente nacido en la citada población.
En el mismo año de 1859 Luis Escribano se doctoró en Teología por la Universidad Central de Madrid tras pronunciar el discurso magistral titulado “La Antropología, la Etnografía y las tradiciones demuestran acordes con la fe la unidad del linaje humano”. En ese mismo año Luis adquiere el olivar de “Santa Casilda”, en plena sierra, que incluía molina de aceite y otras varias edificaciones, hoy regentado por uno de sus biznietos: Jesús Fernández de Castro, casado con Tránsito Habas Sánchez.
Inmediatamente después, en 1860, consiguió el puesto de catedrático de Teología en la Universidad hispalense, convirtiéndose en profesor de la misma.
Las inquietudes literarias que atesora le llevan a fundar la revista de ciencias y literatura denominada “Minerva” en compañía de Cipriano Garijo Aljama y de Antonio García Ceballos, en la que colaboraron muchos conocidos escritores y cuyo primer número vio la luz en febrero de 1861.
Trabaja luego para el marqués de Villaseca y de Viana pero su ambición intelectual le conduce a tierras asturianas para cursar estudios de Derecho, carrera en la que obtiene la licenciatura en Derecho Civil y Derecho Canónico y también el doctorado.
Ocupa la cátedra en la Universidad de Oviedo y colabora con distintos medios de comunicación cordobeses que recogen en sus páginas poesías y crónicas de viajes como la relativa a la visita que hace a Covadonga, publicada por entregas en el Diario de Córdoba en el mes de agosto de 1864.
Su afán de formación intelectual no tiene límite y decide cursar la carrera de Letras en Madrid, en la que también consigue la licenciatura.
Abogado y jurisconsulto de prestigio, simultanea las obligaciones profesionales con periodos de descanso en su tierra natal.
En uno de esos periodos de descanso decide visitar los afamados baños del balneario de Fuencaliente y allí conocerá a la que se convertirá en su esposa, la pozoalbense doña Francisca Juana Casilda Tirado Herrero, bastante más joven que él pues había nacido hacia 1847.


Casilda era hija de don Joaquín Leonardo Tirado Villarreal (nacido en Pozoblanco en 1816), médico titular de Pozoblanco, y de doña María Josefa Águeda de Luna Úrsula Herrero Herrero (nacida en Pozoblanco en 1820), matrimonio contraído en 1846 y con domicilio en la calle de la Iglesia nº 17.
Durante los siguientes años, el matrimonio integrado por Luis y Casilda procreará seis hijos: un varón llamado Ismael y cinco hembras que recibirán los nombres de Elena, Orosia, Úrsula, Áurea Mª Wistremunda y Luisa Vicenta. Pese a que el matrimonio tenía como principal residencia para entonces la villa de Pozoblanco, algunos de los hijos vinieron al mundo en Pedroche, localidad donde la esposa contaba con diversos parientes. En Sevilla nació Úrsula.
Alguna referencia afirma como anécdota -y de una forma claramente forzada- que los hijos recibieron sus nombres siguiendo el orden alfabético de las distintas vocales, pero se trata de una aseveración a mi parecer errónea porque fueron seis hijos y sólo contamos con cinco vocales; además Áurea Mª Wistremunda, cuyo nombre supuestamente habría correspondido a la primera hija, fue en realidad la quinta en el orden sucesorio y nació y falleció en 1874; y la última de las hijas, Luisa Vicenta, difícilmente encaja en esa supuesta relación de nombres que comienzan con vocal.
En diciembre de 1867, Luis Escribano Morales es nombrado juez de su ciudad natal, Bujalance.
En abril de 1874 Luis aparece en un listado de benefactores de heridos del ejército, contribuyendo con una donación de ropas de distinta clase y 60 reales en metálico.
Tras la proclama de Sagunto y la restauración de los Borbones, Luis Escribano es designado alcalde de Pozoblanco al comenzar el año de 1875 sustituyendo en el cargo a Antonio Cabrera López, que había ocupado el sillón municipal de forma efímera.
Durante el breve mandato que le tocó presidir la villa (desempeñó la alcaldía de enero a diciembre de 1875, siendo sustituido por Francisco García Rico) Luis protagonizó dos hechos que han pasado a la historia de Pozoblanco.
El primero está relacionado con la devoción de Pozoblanco y Villanueva de Córdoba a Nuestra Señora de Luna. El 12 de octubre de 1875, Luis presidió el acto en el que en una concentración de miles de jarotes y tarugos en el santuario de la Jara se impuso a la Virgen una joya consistente en las llaves de oro que representan a los ayuntamientos y vecinos de ambas localidades.
El segundo tiene que ver precisamente con la anécdota anotada al comienzo de este artículo que ha servido para desvirtuar, de forma indebida, la figura de este eminente personaje: la torre y el cuerpo antiguo de la iglesia parroquial de Santa Catalina (todo el edificio salvo el crucero y ábside levantados entre finales del XVIII y principios del XIX) se derrumbaron en los años cuarenta del XIX y las obras de reconstrucción del templo, hasta su finalización tal como lo vemos hoy, se prolongaron durante más de seis décadas. En ese tiempo se sucedieron numerosas autoridades, tanto civiles como eclesiásticas, pero las obras avanzaban con una lentitud exasperante y con frecuentes detenciones debido a la falta de dinero.
A Luis le tocó presidir el ayuntamiento en uno de esos periodos de inactividad constructiva y al arcipreste, quizá esperanzado en el cambio político producido por entonces en España –había caído la Primera República y regresado el régimen monárquico con Alfonso XII cuya madre, Isabel II, se había erigido en la patrocinadora económica de la reedificación de la parroquia- no se le ocurrió llamar la atención de otro modo que afeando al recién aterrizado alcalde espetándole que si él (el sacerdote) tuviera los olivos que el Escribano tenía, la obra de la iglesia estaría más que acabada.
La acusación era, como mínimo, imprudente y desproporcionada. El olivar le había supuesto a Luis un desembolso considerable; él era un recién asentado en la localidad y acababa de acceder a la alcaldía por designación superior, no por voluntad propia, en un momento de gran agobio económico para el municipio; sus posibilidades de maniobra en la cuestión eran a nivel oficial bastante limitadas; tenía varios hijos y herederos menores de diez años de los que cuidar, acababa de enterrar a una hija recién nacida y venía de camino una boca más; la riqueza familiar de Luis era similar a la de la familia del arcipreste y, además, la enormidad de la obra era tan evidente que ni el propio sacerdote pudo verla concluida pese a que estuvo al frente de la parroquia durante tres décadas más.
Es más, Luis encabezó la solicitud al gobierno central de autorización para la venta de la mitad de la única dehesa boyal de propiedad municipal para, con el dinero obtenido, poder levantar lo que faltaba del templo y construir algunos locales escolares de los que tan necesitada estaba la población.
Pero bastó una desafortunada y poco cristiana salida de tono por parte del presbítero para dejar a la posterioridad una imagen negativa y deformada del personaje aquí reseñado.
Al poco de dejar la alcaldía, Luis falleció de forma repentina a las once y media de la mañana del 3 de octubre de 1876, de angina de pecho, en su domicilio sito en calle Arévalos nº 12 (en la actual calle Feria, en la casa que hace esquina con la calle del Tinte y hoy ocupa el bar de Matías “el Reverendo”). Dejaba cuatro criaturas huérfanas (la más pequeña, Luisa Vicenta, había nacido sólo unas semanas antes y en la partida de defunción del padre no la tienen en cuenta al anotar los hijos que quedan). Su muerte fue tan inesperada que no le dio tiempo a realizar testamento.


Como curiosidad señalaré que los familiares-descendientes actuales piensan que Luis falleció en Sevilla en 1878, pero la partida de defunción consta en el Registro Civil de Pozoblanco con el número 1925, folio 160, y la fecha exacta de su fallecimiento es la anteriormente mencionada.
Su esposa vivió todavía muchos años. Falleció en Pozoblanco en abril de 1913.
De los hijos de Luis y Casilda podemos apuntar lo siguiente:


El único varón, Ismael Escribano Tirado, nació en 1870 y casó en 1901 con Elvira Moreno Rubio; residían en la actual calle Feria y no tuvieron descendencia. Gran viajero y gran jugador. Primer hermano mayor de la cofradía de la Soledad pozoalbense. Fue una víctima más de la nefasta última guerra civil.




Orosia Escribano Tirado matrimonió en 1891 con Miguel Moreno Campos. En 1917 estaba viuda y residía en Pedroche.


Elena Escribano Tirado, nacida en Pedroche, casó en 1902 en Pozoblanco con Jesús Fernández Aparicio y fueron padres del maestro don Jesús Fernández Escribano, del ilustre pozoalbense don José Fernández Escribano, y de Carmen y Concepción, los tres últimos solteros.


Luisa Vicenta Escribano Tirado, nacida en Pozoblanco en 1876, contrajo matrimonio en 1904 con Andrés Montero Peralbo, de orígenes noriegos.


Úrsula, que nació en Sevilla en 1873, falleció posiblemente inmediatamente después de nacer.
Y Áurea María Escribano Tirado, que vino al mundo en Pozoblanco en 1874, falleció igualmente al poco de nacer.
En Pozoblanco nunca hemos reconocido la figura de este personaje llamado Luis Escribano y Morales. En realidad habría que decir que ni tan siquiera lo hemos llegado a conocer.
En cambio, su pueblo natal de Bujalance sí ha sabido premiar sus méritos y talento y ya en el lejano año de 1921, tal como recoge el cronista oficial don Manuel Martínez Mejías, el ayuntamiento decidió homenajearle y dedicarle una calle en razón de “ser uno de los hombres más preclaros que dio el siglo diez y nueve el pueblo de Bujalance… se grabe su esclarecido nombre, como medio de honrar su memoria y de hacerla imperecedera… y que este acuerdo se comunique a la familia del sabio fallecido y se haga público…”
El nombre de “Luis Escribano” sustituyó al de “Mesones” que portaba hasta entonces una de las principales calles de la ciudad. Su hijo Ismael se desplazó a Bujalance para expresar el agradecimiento familiar a las autoridades de la ciudad.
Hoy la estirpe de don Luis Escribano Morales perdura en Pozoblanco a través de biznietos y tataranietos aunque el apellido Escribano de este linaje se ha perdido al haberse transmitido solamente por la rama materna.

Nota: las fotos proceden de la familia de Rubén Moreno, del árbol genealógico de su bisnieto Rafael Cabrera y del autor del artículo.

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