ACCIDENTE DE GLOBO EN POZOBLANCO EN 1859
José Luis González Peralbo
Aunque las últimas investigaciones adelantan la fecha hasta ahora convenida sobre el primer experimento realizado con globos aerostáticos, es un hecho aceptado que los primeros en lanzar al aire un globo fueron los hermanos Montgolfier en 1783, en el pueblo francés de Annonay, en la zona sur-oriental del país vecino.
La iniciativa resultó todo un éxito y la noticia del acontecimiento corrió como la pólvora dando lugar, de inmediato, a numerosas otras experiencias, destacando los viajes tripulados primero por animales y enseguida por humanos.
El primer globo fue rellenado con humo. Después se utilizó aire caliente. Finalmente incorporaron el gas hidrógeno.
Con el tiempo, la navegación aerostática fue ganando partidarios pero a mediados del siglo XIX todavía no había conseguido resolver un peliagudo problema, el de dar dirección a los globos en los viajes aéreos. Profesionales de la física, aficionados y aventureros perseveraban y competían en diversos países con el fin de descubrir la piedra filosofal que resolviera tal inconveniente. Y España no se encontraba al margen de este objetivo.
En el mes de agosto de 1858 llegó a Sevilla un individuo de malas trazas y origen castellano que obedecía al nombre de Inocencio Sánchez y aseguraba haber resuelto tan obstinado interrogante. Como es norma en semejantes circunstancias, el sujeto tenía la idea pero carecía de la financiación necesaria para llevarla a efecto.
Tras mucho insistir encontró al mecenas protector que el asunto requería, don Augusto Jiménez Blanco, y éste convocó una junta integrada por el director y los catedráticos de la Escuela Industrial de Sevilla para que el inventor expusiera su tesis, cuya finalidad no era otra que proponer un medio de transporte más rápido y barato aún que el ofrecido por la línea ferroviaria que por entonces trataba de unir Sevilla con Córdoba (la línea ferroviaria se abrió al tráfico el 2 de junio de 1859).
No del todo convencidos los interlocutores, don Inocencio defendió la urgencia de crear una sociedad que aportara el dinero necesario y se convirtiera en beneficiaria del invento. Así se hizo. La suscripción quedó constituida con 400 acciones por valor de 10 duros cada una de ellas.
Para él no exigía sino un humilde salario de seis reales diarios mientras durasen las obras de confección del globo bajo su dirección. Con evidente susceptibilidad e ironía los periódicos de la época recogían alusiones a estos pormenores con estrofas como la siguiente:
Y comprende el menos ducho,
si es que yo no me equivoco,
que tal premio al sabio es poco;
si es jornal de un necio, es mucho
Comprobada la laboriosidad y la energía mostradas por el aparente pionero, los socios de la empresa acordaron mostrarse algo menos mezquinos y elevaron el estipendio hasta la cantidad de veinte reales diarios.
Aunque en la prensa las manifestaciones vertidas sobre el proyecto eran más bien escépticas, algunos apostaban -con dudas- por un feliz remate a tamaña osadía:
“No sabemos si la Providencia señala ya próximo el día en que se realice el gran descubrimiento que ha de llevar a los hombres a cruzar por los aires con la certeza que los marinos atraviesan las olas; descubrimiento que produciría un trastorno y unos resultados para la sociedad difíciles de apreciar antes de que suceda. Nosotros no nos atrevemos a calificar de visionarios a los que se consagran a ese invento y a los que los protegen. Tampoco abrigamos entera confianza en presenciar el feliz resultado de ese extraordinario esfuerzo de la inteligencia humana; pero aplaudimos sinceramente a todos los que protegen a los hombres de ingenio para cualquier clase de descubrimientos, porque esa protección dio a la España un mundo, adquirido con la gloria de la ciencia, y ha proporcionado su engrandecimiento a las naciones que hoy marchan al frente de la civilización…”
Transcurrió el tiempo. Don Inocencio se aplicó a la confección del globo y todos sus complementos: lonas, válvulas, cordeles, paracaídas y demás artefactos necesarios. La suma de gastos ascendió a más de 100.000 reales (cinco mil duros).
A finales de mayo de 1859 procedieron a rellenar el globo con 83.000 pies cúbicos de gas pero estaba tan mal confeccionado que la tela se había pegado en muchas zonas y al tratar de despegarla se hizo jirones provocando que el gas escapase.
Don Inocencio consiguió recomponerlo y se fijó como fecha definitiva para el ascenso la del 13 de junio de 1859. Así recogía los pormenores del evento la prensa sevillana y madrileña (El Porvenir y La España, entre otros):
“El globo de don Inocente Sánchez ha subido por fin; pero como ha subido!
Ayer 13 fue el destinado para la ascensión definitiva. A las ocho de la mañana empezó a llenarse el globo delante de la fábrica del gas, sita en la plaza de Armas, cuya operación terminó a las tres, empezando luego la de trasladarlo hasta la Calzada de San Benito o de la Cruz del Campo, en un jardín de la cual se ha construido el aparato de dirección.
Son las seis de la tarde y el globo hiende majestuosamente, en dirección de San Benito donde ha de colocársele el aparato; hasta aquí las cuerdas se han encargado de dirigirle; dentro de un cuarto de hora ya será don Inocente el que se ocupe de esta obra magna, en cuya confección tanto se ha trabajado.
En este trayecto, que equivaldrá a la tercera parte del perímetro de la ciudad, el globo se rasgó con los árboles de los paseos que atravesaba; echó al suelo las tejas y latas de unas casas de la calle Ancha de San Bernardo, y después de mil contratiempos llegó a San Benito.
Más de seis mil personas ocupaban los campos inmediatos al edificio. Un silencio solemne, sepulcral, se advierte en los espectadores, silencio que instantáneamente es roto por más de seis mil voces que prorrumpieron en una solemne carcajada de burla y desprecio al ver que el globo hendía majestuosamente los aires hasta perderse en el espacio, mientras que D. Inocencio Sánchez, con su máquina de dirección, quedaba en tierra, y los socios completamente chasqueados en sus cálculos… El globo se había escapado”.
En los días siguientes no se hablaba de otra cosa que no fuera la inocentada perpetrada, muy a su pesar, por don Inocencio Sánchez que acabó con sus huesos en la cárcel.
A finales de junio llegaban noticias fidedignas, aunque cada vez serían más exageradas y esperpénticas, de que el globo sin control había venido a caer en la sierra, más allá de Córdoba.
A estas alturas (del artículo) ustedes se estarán preguntando qué diablos tiene que ver Pozoblanco y su gente en el asunto. Sigan leyendo y lo comprobarán.
El periódico El Clamor Público, en su edición del día 2 de julio de 1859, se hacía eco de la fallida intentona e insertaba la siguiente crónica entre bucólica y estrafalaria que mostraba la peculiar aportación pozoalbense a los orígenes de la ciencia y la navegación aeronáuticas:
“Globo aerostático.
En casa de Francisco Quirós, vecino de Pozoblanco, en la provincia de Córdoba, existen los restos de un magnífico globo que el día 13, como a las seis y media de la tarde, tuvo su descenso en Sierra Morena, término de dicha villa y sitio que llaman el Badillo, distante cuatro leguas de la misma, entre Oriente y Mediodía.
Compónense de la máquina que le daba dirección, más de ocho arrobas de cordeles de pita, una hermosa cuerda de cáñamo de 52 varas, y todas las lonas que lo cubrían.
Hallándose rozando el Quirós en el referido sitio sintió un ruido espantoso que le hizo girar su vista en todas direcciones, si bien con la desgracia de no encontrar la causa productora. Pero llamándole altamente la atención el vuelo precipitado de los pájaros, la huida de las perdices y demás, levantó su vista y observó se le aproximaba un cuerpo monstruo que le hizo temblar, el cual, a muy corta distancia de donde él se encontraba, descendió.
Al día siguiente, y no atreviéndose a llegar solo a aquel sitio, llamó a uno de los guardas de aquellas posesiones de olivar para que le acompañase, y se presentaron cada uno con las armas que encontraron.
Llegados que fueron, dieron voces diciendo que saliese si es que había alguno dentro, y viendo que nadie respondía se acercaron y rompieron con sus navajas las lonas y cordeles, los que dividieron entre sí.
Este globo fue el que salió de Sevilla el mismo día 13 a las cinco de la tarde; de modo que gastó hora y media en andar un espacio de más de treinta leguas”.
Conocido el lugar del aterrizaje, uno de los componentes de la junta directiva de la sociedad propietaria del globo se trasladó desde Sevilla hasta Pozoblanco para hacerse cargo del artilugio. A mediados de julio se conocían nuevas noticias, con evidente exageración, sobre las gestiones emprendidas entre los tarugos:
“Ha regresado a Sevilla un individuo de la junta directiva de la sociedad formada para auxiliar a D. Inocencio Sánchez en la dirección del globo, de vuelta de Pozoblanco, con objeto de recoger el globo que, como saben nuestros lectores, había descendido en su término.
Auxiliado competentemente por el señor gobernador civil de Córdoba, con orden terminante para que el alcalde de aquel punto lo protegiese en el encargo que llevaba, tuvo el sentimiento de no poder recoger más que la válvula y unos pocos pedazos de tela, por haberse repartido entre los vecinos los demás como pan bendito, y hallando una resistencia tenaz a su demanda de entrega.
Todo cuanto se dijo respecto al miedo que produjo la máquina en su descenso, fue verdad; pues hasta uno de los trabajadores que lo vio caer fue acometido de un desmayo.
Armados de escopetas y hachas aquellos valientes se acercaron al día siguiente al globo, y persona hubo que quería llamar al cura para que a fuerza de exorcismos hiciera salir los malos que estaban dentro del pellejo, lo que indudablemente hubiera tenido lugar a no ser por uno que, más determinado, después de hacer la señal de la cruz, conjuró a los espíritus de que debería estar hinchado el dicho, y sin detenerse dio el primer golpe de hacha sobre la pobre víctima”.
Pese al grave revés sufrido, los socios y el inventor no estaban dispuestos a dejarse vencer y ese mismo mes de julio redactaron un nuevo contrato para continuar con el propósito. Pero el proyecto estaba herido de muerte y una noticia periodística fechada el 11 de agosto de 1859 daba fe del fracaso definitivo de la empresa:
“¡Pobre don Inocencio! Se ha disuelto por falta de fondos la sociedad formada en Sevilla para ayudar a don Inocente Sánchez a resolver el problema de la navegación aérea”.
Aquí termina esta historia pero conste que hay otras varias anécdotas que relacionan a Pozoblanco con incidentes, y accidentes, de los primeros tiempos de la navegación aérea.
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