lunes, 20 de febrero de 2012

LA ROMERÍA



Hace ya algunos años, mi amigo Hilario Ángel  Calero, (q.e.p.d.) me comentaba con cierta sorna, que lo que se escribía sobre la romería de la Virgen de Luna eran tan repetitivo, que se podía resumir en cuatro  palabras: recuerdos, añoranzas, arroyos y alboradas.

Lo más fácil de la producción literaria, cuado no interviene la imaginación, es recurrir por un lado a la evocación del pasado y por pasado, conocido (recuerdos y añoranzas); y por otro, al medio donde se vive, que por estos pagos es, a pesar de nuestras pretensiones urbanas, rural (arroyos y alboradas),

Por el cariz que esta tomando la romería, me he acordado de las palabras de Hilario Ángel, pero  no voy a hablar del pasado, sino del presente.

La romería, que es, o debería ser, una bulla agradable, tiene una doble faceta, religiosa y profana. Ninguna de las dos se excluyen, y ambas pueden convivir, esto no se cuestiona, lo que quiero considerar es otra cosa.

El paraje y el entorno donde se celebra es un espacio hermoso, un paisaje de dehesa de encinar único en Europa por su espesura  y extensión, incluso nos define de una forma plástica de cara al exterior (pensemos en el logotipo de la Fundación Ricardo Delgado Vizcaíno). En este privilegiado escenario de la Jara, un cromatismo sencillo de encinas y cielo, nos reunimos un domingo de invierno  otro de primavera un montón de ciudadanos, para honrar a la patrona unos y para festejarse otros. Es también un día de  convivencia y de encuentro: con la devoción, con las personas y con la naturaleza.

Por la generosidad de algunos propietarios colindantes al santuario hay espacio, con los vehículos debidamente aparcados, para el esparcimiento. El Ayuntamiento se encarga de intendencia (accesos, servicios, papeleras, seguridad, etc.) para que, él que acuda a la romería pueda hacer el camino y estar lo más a gusto posible.

Pero desde hace unos años observamos un fenómeno que va en aumento y que está a punto de desvirtuar  y anular el sentido tradicional de nuestra romería. Este fenómeno es la presencia de una doble contaminación, visual y acústica por un lado y mercantilista por otro.

¿Qué hacen esa hilera de puestos delante de la verja del santuario y en otros lugares que dificultan el pasear de la gente? ¿Qué finalidad tiene contratar atracciones que afean el recinto con sus colores chillones y sus ruidos? ¿Que objeto tiene que algunas tascas monten equipos de megafonía tan potentes que inundan todo el espacio con músicas ensordecedoras impidiendo  conversar a las personas? Y por ultimo, me pregunto ¿Que necesidad hay de ir a una romería a comprarse una camisera o un CD? Para todo esto están los mercadillos, las ferias, las discotecas de los fines de semana y los comercios de todos los días.

Algunos, me argumentarán que todo esto son signos de nuestro tiempo; no cabe duda que los son, pero hay algunos aspectos de estos signos que resultan exagerados, y, que en esto días concretos, van en contra del sentir general.

Si salir de lo cotidiano es algo saludable, y un día de romería lo permite – ¿qué razón existe para trasladar la rutina urbana a un paraje natural?- .

No perdamos el norte, adaptarse a los tiempos no significa tener que aceptarlo todo. Defender la esencia de la romería también forma parte del patrimonio colectivo  de Pozoblanco. Por tanto, conservemos  nuestras tradiciones limitándolas a lo esencial, que no es poco, sin dar lugar entre todos, a convertir el día de nuestra patrona en una bulla mercantilista y de mal gusto. Y así, no tener que recurrir, cuando escribamos sobre la romería a los recuerdos y añoranzas.

Bonifacio Tejedor Herrero

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