A
la derecha, el segundo tramo se iniciaba con varios portones de servicio de
casas de la calle Dr. Rodríguez Blanco a los que seguía la espartería de Rafael Muñoz, otro artesano que junto a su hijo del
mismo nombre cumplía el horario laboral con puntualidad inglesa; en el mismo
edificio y comunicándose ambas actividades, había un bar atendido por su hijo
Antonio en el que se instaló la Peña Taurina.
Esta casa con el característico olor a esparto, en la que también se cultivaba la cría de canarios
y de gallos ingleses, traen a mi memoria infinidad de horas vividas junto a mi padre, socio fundador de la Peña y secretario de la misma
muchos años, disfrutando con él la afición a
los toros.
Seguía la tienda de Gerardo Muriel, al que le conocí distintos negocios; el Tinte de la Viuda de Arturo Rey, que atendía junto a sus hijos; la Sastrería Vioque; más puertas de
patios, uno de lo cuales pertenecía a la
Parroquia de Santa Catalina, en los cuales se construyeron nuevos edificios
donde se abrieron las tiendas de Los
Pañeros y los hijos de Rafael Dueñas;
y antes de llegar a la esquina de la calle Sacristía en la que asistí a la
escuela de D. Camilo, estaba la barbería
de Manolo y la casa de las Peralbo en las que se instaló la Caja Provincial.
En
la otra esquina de la confluencia con la calle Sacristía, a continuación de la
casa de Rafael Ruiz, se encontraba la Confitería
de Moisés Domínguez “El Chairo” que tenia también allí su vivienda.
Haciendo un inciso, quiero resaltar los valores humanos de todos los
componentes de esta familia; su casa, y no me estoy refiriendo a la que
concernía a su negocio, era centro de reunión
de las numerosas pandillas de amigos de sus cinco hijos y estaba abierta
para cualquiera de ellos; allí nunca importunaban las visitas y siempre
encontraba un talante
alegre, familiar, cercano y
cariñoso tanto en los padres como en cualquiera de los hijos. Me honro en haber
disfrutado de la amistad de todos.
Le
seguía un gran tramo de la calle hasta llegar
a la siguiente esquina, ocupado por dependencias de lo que llamábamos El
Palacio, del que recuerdo unos enormes portones a través de los
cuales se dejaba ver un gran patio, flores, cocheras y otras dependencias. En
esta casa, junto a otras personas, vivía el popular Manene, un tipo singular de especial gracejo que había sido torero
bufo y que fue muchos años asesor del presidente en la plaza de los toros.
En la acera de enfrente, una vez
pasada la Costanilla del Risquillo, estaba la escuela de niñas de Doña Mercedes a la que seguía la frutería de Braulio Pasadas y el estudio fotográfico de Ismael , artista
que se podía ver a través de una
ventanilla que había entrando a un pequeño vestíbulo a la izquierda, retocando
y perfeccionando fotografías. Continuaba la farmacia de Viuda de Vargas
que era atendida por los hermanos Modesto y Miguelito Villareal, llegando así a
la confluencia de la calle José Estévez tras la que se iniciaba el último tramo
de la calle.
Empezaba la última manzana de la
calle con el taller de reparaciones de
radio de Manuel Fernández Aranda
al que estaba unida la tienda de Tejidos
Baena desde la que pregonaban con potente voz sus mercancías, continuando
la droguería y perfumería de los
hermanos Demetrio y Tomás Cardador que era atendida por ellos y por los
hijos de ambos, los varones se encargaban de la droguería y elaboración de pinturas mientras que la
sección de perfumería estaba a cargo de
Elvira y Pepa, guapas y hermosas mujeres, siempre alegres, risueñas, atentas y
de agradable trato.
Venía
después lo que había sido albardonería del Pichón trasladada posteriormente
algo más arriba de la calle como se ha descrito y unos portones en los que
hubo una carbonería y un local en el El Fárrago tuvo un puesto de caramelos,
pipas, altramuces, etc.… En todo este conjunto se hizo un único edificio en el
que se instaló el despacho del matadero
de La Salchi
que había sido comprado por D. Bartolomé Torrico Martos.
Antes de llegar al final estaba la Imprenta fundada por Pedro López Pozo, un referente en la vida cultural de
Pozoblanco, después atendida por su hijo Pedro López Cabrera; la actividad de
esta casa ejerció siempre en mí un influjo especial; la visité infinidad de
veces con mi padre que siempre hablaba de temas culturales con Pedro y en ella
veía trabajar como linotipista a mi entrañable primo Eduardo.
A la imprenta le seguía la papelería de Ángel López, hermano de
Pedro, y se llegaba al final de la calle con la casa de Uldarico García que
ocupaba toda la planta baja con gran tienda de pasamanería, artículos de regalo
y ultramarinos.
El último tramo de la acera de la
derecha, se inicia con un local en el que estaba la oficina de arbitrios
municipales al que seguía el taller de talabartería
de Bartolomé Fernández El Piri,
instalado en una casa que tenia un pequeño patio de entrada tras una verja de
hierro; a continuación la barbería de El Lunita a la que seguían unos portones de la casa de la
viuda de José García, la de los calzados de la calle Jesús, en los que, en
tiempos del racionamiento, se formaban largas colas para adquirir patatas u
otros vivieres.
Después,
en un pequeño local, estaba la papelería
de Placido López, un hombre que a pesar de su progresiva ceguera que llegó
a ser total, siempre estaba de un excelente humor y del que era digno de
admirar cómo localizaba por el tacto cada uno de los artículos que se le
solicitaba. Continuaba el Bar las Tres
Copas que, junto a su madre, atendían Tomas y Pepín que fueron excelentes
jugadores de fútbol; una curiosa peculiaridad que siempre me llamó la atención
de este establecimiento, es que a la puerta se colocaban en verano dos únicos
veladores, que diariamente eran ocupados por los mismos clientes, fijos e
invariables.
Venia
continuación la Pastelería Ortega,
de la que Rafael y su hijo de mismo
nombre que murió en plena juventud, eran los maestros artesanos que trabajaban
en el obrador y Concha, la esposa, una mujer que vestía siempre un impecable
delantal blanco de volantes, atendía al público con exquisito trato. Junto a la
pastelería se encontraba el locutorio de
teléfonos a cargo de Emilia y dos o
tres operadoras más, todo el día manejando con soltura una maraña de clavijas
de forma manual. En el siguiente edificio estaba la farmacia de D. José María Nosea y llegamos al final de la calle con
el bar de Luís haciendo esquina con
la calle Real, que sigue existiendo, en cuya puerta tenía su parada la Alsina Graells , que
venia de Córdoba por la carretera de Villaharta y continuaba su recorrido hasta
Almadén.
No quiero terminar mi recorrido sin
recordar a dos personajes que todos los días al caer la tarde, se sumaban con
sus peculiares y humildes negocios a dotar de cierto aire romántico y
costumbrista a esta parte final de la calle. Eran El Isaías, con su ruleta
para la rifa de tabaco y caramelos que producía un sonido inconfundible cada
vez que un jugador la hacia girar, y El
Garbancero, con su espuerta de garbanzos tostaos, cuyo negocio
consistía en cambiarlos por garbanzos cruos
que él iba guardando en una talega cada vez que se producía alguna de aquellas
humildes transacciones.
Con estos apuntes que he hecho,
fiado a mi memoria por lo que es probable que haya incurrido en algún olvido y
también en alguna imprecisión, quiero rendir homenaje a aquellas personas, las
citadas y las olvidadas, que a lo largo de su vida contribuyeron con el día a
día de su laboriosidad y creatividad artesana o mercantil y su talante de
servicio, a hacer de esta calle un espacio abierto, vitalista y acogedor, del
que todos los pozoalbenses nos sentimos orgullosos y, de alguna manera junto a
ellos, también protagonistas de su sencilla y entrañable historia. Para todos
ellos mi agradecimiento y esfuerzo.
Rafael Alba Redondo
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